Las vacaciones de una autónoma/profe apasionada

Las vacaciones de una autónoma/profe apasionada

El día 1 de agosto por fin cogí vacaciones

Me encanta mi trabajo, pero este verano se me ha hecho muy cuesta arriba. He gestionado dos campus de literatura: uno la última semana de junio, en Burriana, y el otro, durante todo el mes de julio en la Biblioteca de Onda. El de Burriana ha sido muy sencillo porque ya conocía a los alumnos/as de otros talleres, de otros campus. Además, al ser un campus privado, el aforo era mucho más reducido y la personalización de las actividades más fácil de gestionar. El de Onda, sin embargo, ha sido otro cantar: el aforo era el doble, el espacio era bastante más limitante, el grupo de alumnado era mucho más diverso (diferentes intereses, pocas habilidades en lectoescritura y necesidades educativas distintas).

Si tuviera que puntuar mi verano del 0 al 10, probablemente mi nota no sería inferior de un 8. Me lo he pasado bien, he conseguido que los peques disfruten y, soy consciente, he sembrado un poquito de amor por la lectura. Pero no todo ha sido bonito. 

A lo largo de mi trayectoria profesional me he encontrado con niños/adolescentes (y con familias) muy complejas y muy variopintas: divorcios, malostratos, necesidades especiales, baja autoestima, acoso escolar, muertes… He tenido que tratar y surfear muchas situaciones delicadas y nunca he perdido la calma. Este verano, sin embargo, me he sentido abrumada en algunas ocasiones: ¿qué estamos haciendo con la infancia? ¿Yo, como profesora, como ser individual, qué impacto real puedo tener en la vida de estas criaturas que, al salir de mi clase, habitan un mundo tan poco preparado para acompañarles?

Os comento algunas de las cosas que más me han alarmado:

El nivel de lectoescritura es, en general, cada vez más bajo.

Los niños/as aprenden a leer y a escribir considerablemente tarde y lo hacen con unas metodologías pedagógicas que no tienen en cuenta la neurociencia: cómo aprende el cerebro a leer, a comprender y a escribir.

El interés por la lectura está en peligro de extinción.

No hay muchos niños que escojan la lectura como actividad de ocio. La gran mayoría escogería cualquier otra si tuviera elección de hacerlo.

Las redes sociales están demasiado presentes en el día a día de las criaturas.

El juego se ha transformado de una forma terrorífica: las niñas juegan a imitar bailes de TikTok, con canciones que claramente no son adecuadas para su edad.

Falta de límites.

Los límites son cada vez más difusos y, por ende, el respeto del alumnado  brilla por su ausencia.

Siento ser tan alarmista, pero tranquila, tengo buenas noticias: nosotras formamos parte del mundo, si no nos gusta cómo lo estamos dejando, lo podemos cambiar.

Estoy segura de que tú, si estás leyendo este artículo, probablemente seas una persona que se preocupa por la educación de su hijo/a. Puede que incluso formes parte del profesorado implicado, innovador y revolucionario que, poco a poco, va arrojando un poco de luz a las aulas. Aún así, es preciso que sigamos trabajando por y para ello, porque los cambios que estamos haciendo como sociedad son muy pequeñitos y el problema es bastante grande. 

Para hacer un nuevo camino basta un solo paso

Es preciso profundizar más en la lectoescritura. Necesitamos más formación científica y, sobre todo, menos miedo. Nunca enseñamos a un niño/a de más. Nunca es pronto para introducir conocimientos, para provocar, para estimular.

Es necesario fomentar la lectura desde la primera infancia y no abandonar este proceso en la etapa de primaria.

Las redes sociales no son el demonio, pero sí que son una «droga» y los niños no tienen por qué tener acceso, mucho menos ilimitado, mucho menos sin un control real del contenido que consumen.

Establecer límites, generar ambientes donde el niño es responsable y autónomo, fortalecer la capacidad crítica y, sobre todo, los valores es un imperativo: necesitamos a ciudadanos conscientes, que sean capaces de comportarse de forma respetuosa con los demás.

Esto no es una queja, es una llamada a la acción, un empujoncito para hacerlo, entre todos, mejor.

Como dijo María Montessori: El mayor éxito de un maestro es poder llegar a decir «ahora trabajan como si yo no existiera».

Ojalá consigamos, desde el amor, con paciencia y poco a poco, generar esa independiencia y autonomía. A día de hoy, no lo estamos haciendo.

Aunque ahora mismo me siento muy agotada (y todavía un poco impactada por toda la intensidad que he vivido estos meses), tengo ideas muy bonitas para el curso que viene. Estoy deseando contártelo todo, pero voy a ordenar un poco mi cabecita.

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